
¿Quién no ha oído esta expresión? Se dice siempre ante cualquier circunstancia que le ocurra a otra persona de nuestro entorno cercano, y que en condiciones similares puede ocurrirnos a nosotros también.
Es muy antigua ya que se remonta al mundo romano, allá por los años en que se empezaban a contar los actuales tiempos, es decir lo que llamamos nuestra propia Era.
Los soldados del Imperio Romano que invadían esta península en la que vivimos, a la que ellos llamaron Hispania, se dividida entonces en solo tres provincias, La Bética, Lusitánia y la Tarraconense. Afortunadamente solo esas, no tantas como ahora. Traían los soldados aquel latín vulgar con el que nos enseñaron a hablar y que ha sido el embrión de nuestros idiomas actuales.
Decían entonces: Barban propinqui radere, heus, cum videris, prabe lavandos barbula pilos prudens.
No, claro que no, en aquellos tiempos no existían las posibilidades que concede actualmente la Casa Philips con sus afeitadoras… Era en los lugares públicos propios para estos menesteres donde la gente se afeitaba.
Parece ser que era una expresión normal, desde luego no en las de las clases dirigentes, pero sí en las barberías de la gente vulgar de entonces. Cuando al cliente anterior le estaban rapando, el siguiente se aplicaba en las suyas agua caliente, lo que mejoraba bastante el afeitado propio.
Ha sido el sentido más figurado que real, el que subyace en la expresión lo que la ha mantenido y exaltado hasta convertirla, a través de tantos siglos en algo que seguimos empleando en diversas ocasiones.
Terminándola siempre con su conclusión: Pon las tuyas a remojar.
Pues naturalmente.
Hace tantos siglos… pero resulta que ahora, pues eso, que parece mentira pero tu eres el siguiente.